Blanca
Técnica mixta sobre madera
63 x 73 cm
2013

Biograma
Acrílico sobre tela
125 x 200 cm
2013

Camino hacia el mar
Técnica mixta sobre madera
55 x 80 cm
2013

Nacen flores I
Técnica mixta sobre madera
55 x 80 cm
2013

Nacen flores II
Técnica mixta sobre madera
50 x 60 cm
2013

Nacen flores III
Técnica mixta sobre madera
55 x 80 cm
2013

Nacen flores IV
Técnca mixta sobre madera
50 x 60 cm
2013

Nacen flores IV
Técnica mixta sobre madera
55 x 80 cm
2013

Flor estrella
Técnica mixta sobre madera
50 x 35 cm
2013

Epifanía
Acrílico sobre tela
150 x 210 cm
2013

Las cósmicas
Carbón y lápiz sobre papel
88 x 58 cm
2013

Las cósmicas
Carbón y lápiz sobre papel
88 x 58 cm
2013

Las cósmicas
Carbón y lápiz sobre papel
88 x 58 cm
2013

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Jardín

| 2013

¿Le gusta este jardín que es suyo?

María José Romero crea un jardín. Un espacio que es al mismo tiempo un lugar externo e interno, público y privado. Un jardín de las tinieblas y de la luz que no debe ser apreciado únicamente desde los límites que nos propone una muestra de arte, sino se debe buscar su verdadero significado dentro del contexto en el que fue realizado. ¿Qué significa ahora, en la segunda mitad del siglo XXI, que volvamos a un lugar recurrente dentro de la historia del arte como el jardín? De alguna manera puede ser que se nos esté intentando decir que precisamente ahora el jardín debe mostrar su verdadera esencia de jardín precisamente porque no nos encontramos ya —si nos guiamos por una lógica occidental—en tiempos de jardines. ¿Qué puede llevar a María José Romero a dialogar de este modo con toda una suerte de subespecie en el universo del arte que es el jardín? ¿Se tratará tal vez de demostrar que a pesar de las circunstancias es posible hallar un corazón presente no sólo en este jardín sino en todos los que lo precedieron?

De alguna manera nos encontramos ahora frente al último jardín precedido por una suerte de jardines.

Tanto en las artes visuales como en los libros sagrados, la idea del jardín tiene un carácter iniciático. Podemos remontarnos al Edén bíblico del Antiguo Testamento, a la fiesta desatada por Hieronimus Bosch, hasta en la segunda mitad del siglo XX, a esa pieza maestra de cine de Peter Greenaway llamada El contrato del dibujante, al jardín laberinto, a los años pasados en Marienbad, a los jardines presentes en las literaturas de distintas tradiciones. Existen estos y demás precedentes. Es por eso que me parece que no es casual que María José Romero elija, precisamente en medio de una de las ciudades más contaminadas del mundo, la presencia de un jardín que se trascienda a sí mismo y se convierta, como tengo la sospecha, en un corazón a partir del cual podamos encontrar un eje de entendimiento de lo que puede sucedernos tanto en nuestro adentro como en nuestro afuera, tanto en lo tuyo como en lo mío, tanto en el accidente como en lo inmanente.

Estos jardines de María José Romero tienen que no ser, por fuerza, solo los jardines de María José Romero, sino una forma de llamada de atención, de pedir un alto, de tratar de realizar lo que se supone que el arte en nuestros tiempos no está esperando recibir: un nuevo jardín.
Creo que por eso es importante detenernos más de la cuenta en esta suerte de señal que es la exposición que tenemos a nuestro alrededor. Parar un momento para apreciar con delicadeza, de manera sutil, una de las obras que me parecen fundamentales para entender la presencia de estos elementos delante de nosotros.

La imagen del electrocardiograma transformada en un ente vivo, en un jardín, o mejor dicho, en el resto de lo que fue un espacio semejante. Un electrocardiograma que reafirma la idea de que el corazón es un jardín y el jardín es un corazón. Pero no un corazón perdido en medio de una ciudad que podríamos determinar como una urbe antijardín, sino como la historia no sé si de un renacimiento, pero al menos sí de un camino de curación. Una brecha que al mismo tiempo que cura muestra su enfermedad. ¿De quién? Tanto tu herida como la mía solo son capaces de confluir en un lugar que no es tuyo ni mío sino de ambos: el jardín. El sello que es capaz de otorgarle a semejante espacio los siglos de un imaginario donde el jardín ha sido símbolo, desde el origen de los tiempos, tanto de nuestras mayores desgracias como de nuestras más asombrosas virtudes lo avala de manera definitiva.

Dediquémonos entonces no solo a apropiarnos de este universo, sino a observar las pequeñas huellas, rastros, símbolos, con los que María José Romero ha ido poblando este lugar que en una primera impresión vamos a entender como conocido. Nada más difícil que hacer ajeno lo propio y propio lo ajeno.
 

Mario Bellatin
 

Ciudad de México, 2013

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